lunes, 17 de septiembre de 2007

LE IMPORTA A UNA ABEJA? - Isaac Asimov -

La nave comenzó por ser un esqueleto metálico. Poco a poco, se le fue cubriendo con una piel brillante por encima y con unas interioridades de extraña forma instaladas dentro.

Thornton Hammer era entre todos los individuos (menos uno) involucrados en el crecimiento, el que hacía físicamente menos. Quizá por este motivo era por lo que estaba tan bien considerado. Manejaba los símbolos matemáticos sobre los que se basaban las líneas trazadas sobre papel milimetrado y sobre las que, a su vez, se basaba el ensamblaje de las masas y formas de energía que entraban en la nave.

Hammer observaba ahora por medio de ceñidas y oscuras gafas. Sus lentes captaban la luz de los tubos fluorescentes del techo y la devolvían como reflectores. Theodore Lengyel, representante local de la corporación que financiaba el proyecto, estaba a su lado y señalando con el dedo extendido, dijo:

— Allí está. Ése es el hombre.

— ¿Se refiere a Kane? —se fijó Hammer.

— El individuo del mono verde con una llave inglesa.

— Es Kane. ¿Qué es lo que tiene en contra de él?

— Quiero saber lo que hace. Es un idiota.

Lengyel tenía la cara redonda, gordezuela y con un leve temblor en la mandíbula. Hammer se volvió a mirarle, reflejando en su flaco cuerpo un aire de absoluto desagrado.

— ¿Ha estado usted molestándole?

— ¿Molestarle yo? He estado hablando con él. Mi obligación es hablar con los hombres, averiguar sus puntos de vista, recoger información con la que organizar campañas para mejorar la moral.

— ¿Y en qué sentido le molesta Kane?

— Es insolente. Le pregunté qué efecto le hacía trabajar en una nave que pronto llegaría a la Luna. Comenté que la nave era un camino hacia las estrellas. Quizá me pasé un poco con el discurso, exageré algo, pero él se marchó de la forma más grosera. Le llamé y le pregunté:

— ¿Por qué se marcha?

— Porque estoy harto de este tipo de discursos —dijo—. Me voy a mirar las estrellas.

— Bien —asintió Hammer—. A Kane le gusta mirar las estrellas...

— Era de día. Es un idiota. Desde entonces vengo observándole, y no trabaja nada.

— Ya lo sé.

— Entonces, ¿por qué lo conservan?

Hammer contestó con inesperada violencia:

— Porque lo quiero por aquí. Porque es mi suerte.

— ¿Su suerte? —barbotó Lengyel—. ¿Qué demonios quiere decir?

— Quiero decir que cuando le tengo cerca, pienso mejor. Cuando pasa por mi lado, con su maldita llave inglesa en la mano, se me ocurren ideas. Lo he notado ya tres veces. No me lo explico: ni me interesa explicármelo. Ha ocurrido. Se queda.

— Está bromeando.

— En absoluto. Ahora déjeme en paz.

Kane estaba con su mono verde y su llave inglesa en la mano. Se daba cuenta vagamente que la nave estaba casi lista. No estaba diseñada para transportar a un hombre, pero había sitio para él. Sabía esto como sabía muchas cosas más: cómo apartarse de la gente la mayor parte del tiempo; cómo llevar una llave inglesa hasta que la gente se acostumbró a verle con ella y dejaron de fijarse en él. La atmósfera protectora consistía en pequeñas cosas como esa..., llevar la llave inglesa. Tenía deseos que no entendía del todo, como mirar a las estrellas. Después, poco a poco, su atención se limitó a mirar las estrellas con un vago anhelo. Luego, a cierto punto determinado. Ignoraba por qué precisamente aquel punto. Allí no había estrellas.

No había nada que ver.

El punto se encontraba en lo más alto del cielo nocturno a final de primavera y en los meses de verano. A veces se pasaba la mayor parte de la noche mirando el punto hasta que se hundía en el horizonte al sudoeste. En otras épocas del año se quedaba mirando el punto durante el día. Había algo en su pensamiento en relación con ese punto que no acababa de cristalizar del todo. Algo cada vez más fuerte y, a medida que pasaban los años, más tangible y ahora casi estallaba en busca de expresión. Pero aún no estaba del todo claro. Kane se revolvió inquieto y se acercó a la nave. Estaba casi completa, casi entera. Casi todo encajaba perfectamente.

Porque en su interior, bien entrada la proa, había un hueco algo mayor que un hombre. Mañana, el camino estaría bloqueado por los últimos instrumentos y antes de eso había que llenar el hueco. Pero no con algo que ellos hubieran planeado. Kane se acercó más. Nadie se fijó en él. Estaban acostumbrados a verle..Había que subir por una escalerilla metálica y una maroma que había que arrastrar hasta llegar a la última abertura. Sabía dónde estaba, como si hubiera construido la nave con sus propias manos. Subió la escalerilla y trepó por la maroma. De momento no había nadie allí, na...

Estaba equivocado. Un hombre.

Éste le preguntó vivamente:

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Kane se incorporó y sus ojos vagos se quedaron mirándole. Levantó la llave inglesa y la dejó caer sobre la cabeza del que le había hablado. El hombre (que no había hecho ningún esfuerzo para esquivar el golpe) se desplomó. Kane le dejó en el suelo, despreocupado. El hombre no estaría inconsciente por mucho tiempo, pero lo bastante para permitir a Kane meterse en el hueco. Cuando el hombre despertara no se acordaría para nada de Kane, ni por qué había perdido el sentido. Habría simplemente cinco minutos borrados de su vida, cinco minutos que nunca encontraría, ni echaría en falta.

En el oscuro hueco no había, naturalmente, ninguna ventilación, pero Kane no le dio la menor importancia. Con la seguridad del instinto, trepó hacia arriba en dirección al hueco que iba a recibirle, y se quedó allí, jadeando, perfectamente encajado en la cavidad, como si fuera un vientre.

Dentro de dos horas empezarían a introducir el último de los instrumentos, cerrarían las compuertas y dejarían allí a Kane, sin saberlo. Kane sería el único pedazo de carne y sangre dentro de una cosa de metal, cerámica y combustible. Kane no temía ser descubierto antes de ser lanzada la nave. Nadie del proyecto sabía que existía esa cavidad. En el diseño no estaba previsto. Los mecánicos y constructores ignoraban haberlo puesto.

Kane se lo había arreglado solo. Ni sabía cómo se las había arreglado, pero sabía que lo había hecho. Podía contemplar su propia influencia sin saberlo, sin saber cómo la ejercía. Tomen por ejemplo a un hombre llamado Hammer, jefe del proyecto y el hombre más claramente influenciable. De todas las figuras vagas que rodeaban a Kane, él era el menos vago. A veces Kane se daba cuenta de él cuando se le acercaba con su andar lento y sin ruido por el terreno. Era lo único que necesitaba..., pasar junto a él.

Kane recordaba que le había ocurrido antes, especialmente con los teóricos. Cuando Lise Meitner decidió hacer la prueba con bario entre los productos del bombardeo del uranio por neutrones, Kane estuvo en un corredor cercano como un caminante en el que nadie se fija.

Estuvo recogiendo hojas secas y maleza en un parque en 1904, cuando el joven Einstein pasó junto a él reflexionando. Los pasos de Einstein se hicieron más vivos por el impacto de la súbita idea que se le ocurrió. Kane lo sintió como un shock eléctrico.

No sabía cómo lo había hecho. ¿Acaso la araña conoce la teoría arquitectónica cuando comienza a tejer su primera tela? Pero podía ir aún más lejos. El día en que el joven Newton miró hacia la luna con el principio de una cierta idea, Kane estuvo allí. Y todavía antes.

El paisaje de Nuevo México, generalmente desierto, estaba repleto de hormigas humanas, arracimadas junto a la rampa de lanzamiento. Esta nave era diferente a todas las estructuras similares que la habían precedido.

Ésta se desprendería libremente de la Tierra, más que cualquier otra. Llegaría alrededor de la Luna antes de volver a caer. Iría abarrotada de instrumentos que fotografiarían la Luna y medirían sus emisiones de calor, buscarían radioactividad y probarían las estructuras químicas mediante microondas. Haría, por automatización, casi todo lo que podía esperarse de una nave tripulada por el hombre y enseñaría lo bastante para asegurarse que la próxima nave enviada sí estaría tripulada.

Claro que, en realidad, la primera nave, después de todo, era una nave tripulada. Había representantes de varios gobiernos, de varias industrias, de varios grupos sociales, de varios organismos económicos. Había cámaras de televisión y periodistas. Aquellos que no habían podido estar allí, lo veían desde sus casas y oían los números de la cuenta regresiva, en un tono monótono, en el que se ha hecho proverbial durante las tres últimas décadas.

Al llegar a cero, los reactores entraban en funcionamiento y la nave, imponentemente, se elevaba. Kane percibió el ruido de los gases, como a distancia, y sintió la presión ejercida por la aceleración. Desconectó su mente, elevándola hacia delante, liberándola de la conexión directa con su cuerpo a fin de evitar el sentir dolor e incomodidad.

Medio mareado, se dio cuenta que su largo viaje casi había terminado. Ya no tendría que maniobrar cuidadosamente para evitar que la gente se diera cuenta que era inmortal. Ya no tendría que fundirse en lo que le rodeaba, ni vagar eternamente de un lugar a otro, ni cambiar de nombre y de personalidad, ni manipular mentes.

No había sido perfecto, claro. Cuando se dieron los mitos del judío errante y del holandés errante, él estaba allí. Nadie le había molestado. Podía ver su punto en el cielo. Podía verlo a través de la masa sólida de la nave. O no lo «veía» realmente. No encontraba la palabra adecuada. Pero sabía que dicha palabra existía. Desconocía cómo estaba enterado de muchas de las cosas que sabía, pero era consciente que, a medida que pasaban los siglos, iba conociéndolas gradualmente con una seguridad que no requería razones.

Había comenzado como un ovum (o algo que la palabra ovum lo definía bien) depositado en la Tierra antes que fueran edificadas las primeras ciudades por criaturas cazadoras y nómadas llamadas, desde.entonces, «hombres». La Tierra había sido cuidadosamente elegida por su progenitor. No todos los mundos servían. ¿Qué mundo era el que servía? ¿Cuál era el criterio? Eso no lo sabía aún. ¿Conoce una avispa icneumona suficiente ornitología para poder encontrar la especie de araña que cuidará sus huevos, y pincharla lo suficiente a fin que ésta siga con vida? El ovum lo soltó por fin y adoptó la forma de hombre y vivió entre los hombres y se protegió de los hombres. Y su único propósito fue organizar que los hombres viajaran a lo largo de un camino que terminaría en una nave y dentro de la nave una cavidad y dentro de la cavidad, él. Había tardado en conseguirlo ocho mil años con una lenta y continua lucha.

El punto en el cielo se hizo más visible ahora que la nave salía de la atmósfera. Ésta era la llave que abría su mente. Ésta era la pieza que completaba el rompecabezas. Las estrellas parpadeaban dentro de aquel punto que no podía ser visto por el hombre a simple vista. Una en particular brillaba más que las otras y Kane anhelaba llegar a ella. La expresión que había ido creciendo en su interior durante tanto tiempo, estalló ahora.

— Hogar —murmuró.

¿Lo sabía? ¿Acaso el salmón estudia cartografía para descubrir el manantial de donde surgió el arroyo de agua clara en el que, años antes, nació? El paso final se dio en el lento madurar que había tardado ocho mil años, y Kane había dejado de ser larva y era adulto. El adulto Kane salió de la carne humana que había protegido la larva y también se desprendió de la nave. Corrió adelante, a velocidades inconcebibles, hacia su hogar, del que algún día saldría de nuevo paseando por el espacio para fertilizar algún planeta. Y surcó el espacio, sin volver a pensar en la nave que llevaba su crisálida vacía. No pensó en que había empujado a todo un mundo hacia la tecnología y los viajes espaciales, sólo para que la cosa que había sido Kane pudiera madurar y conseguir su culminación.

¿Le importa a una abeja lo que le ocurre a una flor cuando ella ha terminado de libar y se aleja?

jueves, 6 de septiembre de 2007

SUEÑOS DE ROBOT - Isaac Asimov -

— Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.

Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y laexperiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.

— ¿Ha oído esto? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo dije.

Era joven. menuda y de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez. Calvin asintió y ordenó a media voz:

— Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás, hasta que te llamemos por tu nombre.

No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que oyera su nombre otra vez.

— ¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si esto te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.

Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.

— Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu ordenador.

Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robopsicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente? Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.

En el rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño. Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?

— ¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.

Linda, algo avergonzada, contestó:

— He utilizado la geometría fractal.

— Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?

— Nunca se había hecho. Pensé que a lo mejor produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.

— ¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?

— No consulté a nadie. Lo hice sola.

Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.

— No tenias derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash1: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.

— Temí que se me impidiera.

— Por supuesto que se te habría impedido.

— Van a... -Su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?

— Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.

— Va usted a desmantelar a El... -Por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?

En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el
bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.

— Veremos -temporizó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.

— Pero, ¿cómo puede soñar?

— Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al cerebro humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado lo que ha soñado?

— No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.

— ¡Yo! -Una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.

— ¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.

La cabeza del robot se volvió hacia ella.

— Sí, doctora Calvin.

— ¿Cómo sabes que has soñado?

— Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra «sueño». Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.

— Me pregunto cómo tenias «sueño» en tu vocabulario.

Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:

— Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que...

— Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.

— Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, «jamás 'soñe' que...», o algo parecido.

— ¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.

— Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.

— Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.

— ¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?

— Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.

— ¿Y qué sueñas?

— Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.

— ¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?

— En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Sólo robots.

— ¿Qué hacen, Elvex?

— Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.

Calvin se volvió a Linda.

— Elvex tiene sólo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?

Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:

— Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su..., su nuevo cerebro- declaró con voz apagada.

— ¿Su cerebro fractal?

— Sí.

Calvin asintió y se volvió hacia el robot.

— Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra..., y también el espacio, me imagino.

— También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.

— ¿Y qué más viste, Elvex?

— Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y les deseé que descansaran.

— Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.

— Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. No obstante, en mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.

— ¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.

— En efecto, doctora Calvin.

— Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: «Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley.»

— Sí, doctora Calvin, ésta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra «existencia». No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.

— Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: «Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley.» Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.

— Y así es en realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.

— Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: «Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano.»

— Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y ésta decía: «Un robot debe proteger su propia existencia.» Ésta era toda la ley.

— ¿En tu sueño, Elvex?

— En mi sueño.

— Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:

— Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?

— Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y con el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.

— No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.

— Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.

— Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos..., de no haber sido puestos sobre aviso.

— Quiere decir, por Elvex.

— Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.

— Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?

— Aún no lo sé.

Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.

— Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido.

— ¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.

Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad.

Dijo:

— Elvex, ¿me oyes?

— Sí, doctora Calvin -respondió el robot.

— ¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?

— Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.

— ¿Un hombre? ¿No un robot?

— Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: «¡Deja libre a mi gente!»

— ¿Eso dijo el hombre?

— Si, doctora Calvin.

— Y cuando dijo «deja libre a mi gente», ¿por las palabras «mi gente» se refería a los robots?

— Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

— ¿Y supiste quién era el hombre..., en tu sueño?

— Si, doctora Calvin. Conocía al hombre.

— ¿Quién era?

Y Elvex dijo:

— Yo era el hombre.

Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.

1 «Rash» quiere decir «imprudente, temeraria, irreflexiva».

miércoles, 5 de septiembre de 2007

JURASSIC PARK - The Motion Picture -

Creo que todos la vimos, y sufrimos en el cine por allá en 1993; porque si de suspenso se trata, a verdad que ésta película tiene de sobra (y lo peor es que le faltó XD). Dirigida por el aclamado director Steven Spielberg (La lista de Schindler, ET...entre otras), ésta película se rodó en las islas hawaianas de Oahu Y Kauai en 1992; y fue de gran éxito, obteniendo tres premios de la academia (mejor sonido, mejores efectos de sonido, mejores efectos visuales) y un ingreso de mas 900 millones de dólares (bastante dinero). Los efectos visuales y sonoros fueron hechos por Industrial Lights and Magic y Skywalker Sound, respectivamente; ambas compañías subsidiarias de Lucasarts ltd., perteneciente a otro aclamado director George Lucas.


Bien, la película de verdad a mi me parece excelente, sin embargo pudo haber sido mucho mejor; puesto que hay varias grandes diferencias entre el libro y la película, pero de eso se hablará más adelante.

Primero una breve reseña de la película; como en el libro esta ambientada en los 90, y se trata básicamente de los mismo, una gran compañía (Ingen) se dispone a clonar dinosaurios y lo logra, no sólo los clonan; sino que también piensa inaugurar un parque temático que gira al rededor de las criaturas. El señor John Hammond (presidente de Ingen y dueño del parque) es un hombre ya entrado en los 70 años de edad (como en libro) y contacta a los paleontólogos Ellie Sattler (Laura Dern) y Alan Grant (Sam Neil), los cuales sin tener idea de lo que van a encontrar en el parque de Hammond (Richard Attenborough), aceptan pasar un fin de semana en las instalaciones a cambio de tres años de financiamiento para sus investigaciones. En el vuelo hacia la Isla Nubla, conocen al resto de las personas que van a evaluar la isla, el abogado Donald Gennaro y el matemático Ian Malcolm (Jeff Glodblum).

Una vez en la isla, Grant y Sattler se enteran, de primera mano, de lo que hay ahí; clones de dinosaurios, quedan impactados e inmediatamente se comienzan a preguntar como pudo lograrse esto. Una pequeña gira en el parque aclara sus dudas al respecto; la compañía llevaba cinco años extrayendo ADN de mosquitos atrapados en ámbar, y, subsecuentemente, dedicando una gran cantidad de ordenadores a descifrar los códigos genéticos atrapado en la sangre del mosquito; todo muy sencillo aparentemente; pero los códigos siempre tienen huecos, puesto que es una cadena muy antigua de ADN; esto es respondido en el acto; utilizaron ADN de ciertos anfibios.

Luego de esta gira técnica, el grupo es llevado a dar una gira por el parque, donde tomarán el trayecto básico con el que inaugurará el parque; pero no sin antes conocer a los nietos de Hammond: Lex y Tim; Lex es mayor que Tim, y es adicta a las computadoras; Tim por su parte es fanático de los dinosaurios y, de hecho, reconoce a Grant, puesto que leyó su libro.

Al principio todo parece andar sobre ruedas, todo el mundo disfruta del parquee, (aunque los dinosaurios del paseo parecen tímidos pues no han visto ninguno), hasta que se encuentran con el veterinario Harding y una Triceratops enferma; paralelamente se está formando una tormenta, y por si fuera poco, el analista de sistemas Dennis Nedry parece tener su agenda propia. Dennos Nedry es el analista de sistemas en jefe del parque, en pocas palabras, él creé el programa que maneja al Parque Jurásico; Nedry se encuentra insatisfecho con su paga y a escondidas hace un trato con Louis Dodson, de las empresas Biosin, para robar los embriones de dinosaurios que hay en Parque Jurásico, a cambio de una gran compensación monetaria.

Volviendo a la gira del grupo; de regreso al pabellón de visitantes, la corriente se interrumpe y los carros eléctricos se detienen…frente a la reserva del tiranosaurio…

De vuelta en la sala de control, el jefe de ingenieros John Arnold, se da cuenta de que algo anda mal en el parque, y cuando investigan un poco se dan cuenta de que Nedry ha desactivado los sistemas de seguridad (para poder acceder a la sala de embriones y robarlos), y no sólo eso, sino que también ha interrumpido las líneas telefónicas y ha cortado la corriente en todo el parque…incluida la cerca del perímetro, dándole libertad de movimiento a rexie…

Lo que ocurre luego solo puede calificarse como pandemia, el tiranosaurio escapa, destruye los carros, y Grant y los chicos se pierden en el parque, mientras Sattler, Mouldoon (el guarda parques) y Malcolm regresan en un jeep a gasolina, para encontrarse con que los temidos velociraptores también han logrado escapar.

El resto de la película se desarrolla bastante bien, con una gran carga de suspenso, mientras vemos como Grant, Sattler, y los chicos huyen desesperadamente de los dinosaurios sueltos en el parque; en resumen la película es una experiencia emocionante cargada de suspenso, y te mantendrá al borde del asiento, sea la primera, o la vigésima segunda vez que la ves.

LA PELÍCULA Y LA NOVELA (Descargar Las Dos Novelas Al Final)

(Cuidado: el siguiente segmento tiene detalles de la trama de la novela)

La película, aunque está bien llevada, tiene bastantes discrepancias con la novela, por ejemplo está el hecho de que el señor Hammond en la película lo retratan como un dulce anciano que sólo tenia un humilde sueño para que todos vieran los dinosaurios, en la novela, es un anciano obstinado, y bastante ambicioso, que al final culpa a todos de lo que salió mal en la isla, y rehúsa aceptar que el proyecto es un error…pero al final lo paga con su vida, a diferencia de la película, donde sale vivo de la isla.

La novela habla mucho más de la creación de Ingen, y de cómo Gennaro y Hammond reúnen los fondos necesarios para llevarla a cabo; en la película jamás se aborda este tema, pero es comprensible, puesto que es, de cierta forma, irrelevante para los fines del filme.

El personaje de Gennaro en la novela es un tipo fornido, en sus treinta, y no es el abogado chupasangre que pintan en la película, además Genaro no fallece en la isla, y colabora un poco más en resolver la situación; otro personaje que no fallece es Mouldoon, no se porque razón se toman estas “licencias poéticas”, pero a veces no tienen sentido; como es el hecho de que en la novela Lex es menor que Tim, y es fanática de los deportes, mientras que Tim es el fanático de dinosaurios y computadoras. En la película Lex es la mayor y la fanática de computadoras, muy raro ese cambio.

Hay muchas diferencias cuando Grant y los muchachos están perdidos, y aunque en la película es bien llevado, en la novela pasan por varios sitios que no se ven en el filme, como por ejemplo el sector de aves prehistóricas (de lo cual se extrajo un poco de la tercera película), o el incidente en la laguna con el tiranosaurio. Hablando de tiranosaurio, hay un detalle también, en la novela, el parque cuenta con dos ejemplares del T-Rex, mientras que en la película sólo ponen uno; y los velocirraptores son mucho más inteligentes en la novela que en la película, y realmente ponen a sudar gotas gordas a la gente.

Sea como fuere, no me gustaría haberme encontrado en esa situación, ni en la novela, ni en la película; pero si puedo decir, que aunque difiere bastante de la novela, Jurassic Park The Motion Picture, es una excelente pieza cinematográfica.

Luego de esta película, salió la secuela "El Mundo Perdido" (mismo título de la segunda novela), e incluso una tercera parte, pero eso es otra historia, y simplemente me limitaré a decir al respecto lo siguiente: Para mí, las películas de Jurassic Park terminaron en la primera, las dos siguientes, son malas, y no les voy a dedicar artículos. Disculpen si es un poco extremo, pero esa es la opinión que me reservo.


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(La imagen al principio del artículo es el poster original de la película y la de mas abajo muestra uno de los velociraptores en el filme, créditos a quien corresponda)

RIMA LIGERA - Isaac Asimov -

La ultima persona en quien se podía pensar como asesina, Mrs. Alvis Lardner. Viuda del gran mártir astronauta, era filantropa, coleccionista de arte, anfitriona extraordinaria y, en lo que todo el mundo estaba de acuerdo, un genio. Pero, sobre todo, era el ser humano más dulce y bueno que pudiera imaginarse.

Su marido, William J. Lardner, murió, como todos Sabemos, por los efectos de la
radiación de una bengala solar, después de haber permanecido deliberadamente en el espacio para que una nave de pasajeros llegara sana y salva a la Estación Espacial 5.

Mrs. Lardner recibió por ello una pensión generosa que supo invertir bien y
prudentemente. Había pasado ya la juventud y era muy rica.

Su casa era un verdadero museo. Contenía una pequeña pero extremadamente selecta
colección de objetos extraordinariamente bellos. Había conseguido muestras de una docena de culturas diferentes: objetos tachonados de joyas hechos para servir a la aristocracia de esas culturas. Poseía uno de los primeros relojes de pulsera con pedrería fabricados en América, una daga incrustada de piedras preciosas procedente de Camboya, un par de gafas italianas con pedrería, y así sucesivamente.

Todo estaba expuesto para ser contemplado. Nada estaba asegurado y no había medidas
especiales de seguridad. No era necesario ningún convencionalismo, porque Mrs. Lardner tenía gran número de robots a su servicio y se podía confiar en todos para guardar hasta el último objeto con imperturbable concentración, irreprochable honradez e irrevocable eficacia.

Todo el mundo conocía la existencia de esos robots y no se supo nunca de ningún
intento de robo.

Además, había sus esculturas de luz. De qué modo Mrs. Lardner había descubierto su
propio genio en este arte, ningún invitado a ninguna de sus generosas recepciones podía adivinarlo. Sin embargo, en cada ocasión en que su casa se abría a los invitados, una nueva sinfonía de luz brillaba por todas las estancias, curvas tridimensionales y sólidos en colores mezclados, puros o fundidos en efectos cristalinos que bañaban a los invitados en una pura maravilla, consiguiendo siempre ajustarse de tal modo que volvían el cabello de Mrs. Lardner de un blanco azulado y dejaban su rostro sin arrugas y dulcemente bello.

Los invitados acudían más que nada por sus esculturas de luz. Nunca se repetían dos
veces seguidas y nunca dejaban de explorar nuevas y experimentales muestras de arte. Mucha gente que podía permitirse el lujo de tener máquinas de luz, preparaba esculturas como diversión, pero nadie podía acercarse a la experta perfección de Mrs. Lardner. Ni siquiera aquellos que se consideraban artistas profesionales.

Ella misma se mostraba encantadoramente modesta al respecto:


— No, no -solía protestar cuando alguien hacia comparaciones líricas-. Yo no lo
llamaría «poesía de luz». Es excesivo. Como mucho diría que es una mera «rima ligera».

Y todo el mundo sonreía a su dulce ingenio.


Aunque se lo solían pedir, nunca quiso crear esculturas de luz para nadie, sólo para sus
propias recepciones.

— Seria comercializarlo -se excusaba.


No oponía ninguna objeción, no obstante, a la preparación de complicados hologramas
de sus esculturas para que quedaran permanentemente y se reprodujeran en museos de todo el mundo. Tampoco cobraba nunca por ningún uso que pudiera hacerse de sus esculturas de luz.

— No podría pedir ni un penique -dijo extendiendo los brazos-. Es gratis para todos. Al
fin y al cabo, ya no voy a utilizarlas más.

Y era cierto. Nunca utilizaba la misma escultura de luz
dos veces seguidas. Cuando se tomaron los hologramas, fue la imagen viva de la cooperación, vigilando amablemente cada paso, siempre dispuesta a ordenar a sus criados robots que ayudaran.

— Por favor, Courtney -solía decirles-, ¿quieres ser tan
amable y preparar la escalera?

Era su modo de comportarse. Siempre se dirigía a sus
robots con la mayor cortesía. Una vez, hacia años, casi le llamó al orden un funcionario del Departamento de Robots y Hombres Mecánicos.

— No puede hacerlo así -le dijo severamente-, interfiere
su eficacia. Están construidos para obedecer órdenes, y cuanto más claramente dé esas órdenes, con mayor eficiencia las obedecerán. Cuando se dirige a ellos con elaborada cortesía, es difícil que comprendan que se les está dando una orden. Reaccionan más despacio.

Mrs. Lardner alzó su aristocrática cabeza.


— No les pido rapidez y eficiencia, sino buena voluntad. Mis robots me aman.


El funcionario del Gobierno pudo haberle explicado que los robots no pueden amar, sin
embargo se quedó mudo bajo su mirada dulce pero dolida. Era notorio que Mrs. Lardner jamás devolvió un robot a la fábrica para reajustarlo. Sus cerebros positrónicos son tremendamente complejos y una de cada diez veces el ajuste no es perfecto al abandonar la fábrica. A veces, el error no se descubre hasta mucho tiempo después, pero cuando ocurre, «U.S. Robots y Hombres Mecánicos, Inc.», realiza gratis el ajuste.

Mrs. Lardner movió la cabeza y explicó:


— Una vez que un robot entra en mi casa y cumple con sus obligaciones, hay que
tolerarle cualquier excentricidad menor. No quiero que se les manipule.

Lo peor era tratar de explicarle que un robot no era más que una máquina. Se revolvía
envarada:

— Nada que sea tan inteligente como un robot, puede ser considerado como una
máquina. Les trato como a personas.

Y ahí quedó la cosa.


Mantuvo incluso a Max, que era prácticamente un inútil. A duras penas entendía lo que
se esperaba de él. Pero Mrs. Lardner lo solía negar insistentemente y aseguraba con firmeza:

— Nada de eso. Puede recoger los abrigos y sombreros y guardarlos realmente bien.
Puede sostener objetos para mi. Puede hacer mil cosas.

— Pero, ¿por qué no le manda reajustar? -preguntó una vez un amigo.


— No podría. Él es así. Le quiero mucho, ¿sabes? Después de todo, un cerebro
positrónico es tan complejo que nunca se puede saber por dónde falla. Si le devolviéramos una perfecta normalidad, ya no habría forma de devolverle la simpatía que tiene ahora. Me niego a perderla.

— Pero, si está mal ajustado -insistió el amigo, mirando nerviosamente a Max-, ¿no

puede resultar peligroso?

— Jamás. -Y Mrs. Lardner se echó a reír-. Hace años que le tengo. Es completamente
inofensivo y encantador.
La verdad es que tenía el mismo aspecto que los demás, era suave, metálico, vagamnte humano, pero inexpresivo. Pero para la dulce Mrs. Lardner todos eran individuales, todos afectuosos, todos dignos de cariño. Ése era el tipo de mujer que era. ¿Cómo pudo asesinar?

La última persona que hubiera creído que iba a ser asesinada, era el propio John Semper
Travis. Introvertido y afectuoso, estaba en el mundo, pero no pertenecía a él. Tenía aquel peculiar don matemático que hacía posible que su mente tejiera la complicada tapicería de la infinita variedad de sendas cerebrales positrónicas de la mente de un robot.

Era ingeniero jefe de «U.S. Robots y Hombres Mecánicos, Inc.», un admirador
entusiasta de la escultura de luz. Había escrito un libro sobre el tema, tratando de demostrar que el tipo de matemáticas empleadas en tejer las sendas cerebrales positrónicas podían modificarse para servir como guía en la producción de esculturas de luz.

Sus intentos para poner la teoría en práctica habían sido un doloroso fracaso. Les
esculturas que logró producir siguiendo sus principios matemáticos, fueron pesadas, mecánicas y nada interesantes.

Era el único motivo para sentirse desgraciado en su vida tranquila, introvertida y segura,
pero para él era un motivo más que suficiente para sufrir. Sabía que sus teorías eran ciertas, pero no podía ponerlas en práctica. Si no era capaz de producir una gran pieza de escultura de luz..

Naturalmente, estaba enterado de las esculturas de luz de Mrs. Lardner. Se la tenía
universalmente por un genio. Travis sabía que no podía comprender ni el más simple aspecto de la matemática robótica. Había estado en correspondencia con ella, pero se negaba insistentemente a explicarle su método y él llegó a preguntarse si tendría alguno. ¿No sería simple intuición? Pero incluso la intuición puede reducirse a matemáticas. Finalmente consiguió recibir una invitación a una de sus fiestas. Sencillamente, tenía
que verla.

Mr. Travis llegó bastante tarde. Había hecho un último intento por conseguir una
escultura de luz y había fracasado lamentablemente.

Saludó a Mrs. Lardner con una especie de respeto desconcertado y dijo:


— Muy peculiar el robot que recogió mi abrigo y mi sombrero.


— Es Max -respondió Mrs. Lardner.


— Está totalmente desajustado y es un modelo muy antiguo. ¿Por qué no lo ha devuelto

a la fábrica?

— Oh, no. Seria mucha molestia.


— En absoluto, Mrs. Lardner. Le sorprendería lo fácil que ha sido. Como trabajo en
«U.S. Robots», me he tomado la libertad de ajustárselo yo mismo. No tardé nada y encontrará que ahora funciona perfectamente.

Un extraño cambio se reflejó en el rostro de Mrs. Lardner. Por primera vez en su vida
plácida la furia encontró un lugar en su rostro, era como si sus facciones no supieran cómo disponerse.

— ¿Le ha ajustado? -gritó-. Pero si era él el que creaba mis esculturas de luz. Era su

desajuste, su desajuste que nunca podrá devolverle el que..., que...

El rostro de Travis también estaba desencajado: murmuró:
¿Quiere decir que si hubiera estudiado sus sendas cerebrales positrónicas con su desajuste único, hubiera podido aprender...

Se echó sobre él, con la daga levantada, demasiado de prisa para que nadie pudiera
detenerla, y él ni siquiera trató de esquivarla. Alguien comentó que no la había esquivado. Como si quisiera morir...

martes, 4 de septiembre de 2007

LOS OJOS HACEN ALGO MÁS QUE VER - Isaac Asimov -

Después de cientos de miles de millones de años, pensó de súbito en sí mismo como Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido en sí. Una clara memoria trajo las ondas sonoras que él no escuchó ni podía escuchar.


Su nuevo proyecto le aguzaba sus recuerdos más allá de lo usualmente recordable. Registró el vórtice energético que constituía la suma de su individualidad y las líneas de fuerza se extendieron más allá de las estrellas.

La señal de respuesta de Brock llegó.

Con seguridad, pensó Ames, él podía decírselo a Brock. Sin duda, podría hablar con cualquiera.

Los modelos fluctuantes de energía enviados por Brock, comunicaron:

—¿Vienes, Ames?

—Naturalmente.

—¿Tomarás parte en el torneo?

—¡Sí! —Las líneas de fuerza de Ames fluctuaron irregularmente—. Pensé en una forma artística completamente nueva. Algo realmente insólito.

—¡Qué despilfarro de esfuerzo! ¿Cómo puedes creer que una nueva variante pueda ser concebida tras doscientos mil millones de años? Nada puede haber que sea nuevo.

Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames se apresuró en ajustar sus líneas de fuerza. Captó el flujo de los pensamientos de otros emanadores mientras lo hizo; captó la poderosa visión de la extensa galaxia contra el terciopelo de la nada, y las líneas de fuerza pulsada en forma incesante por una multitudinaria vida energética, discurriendo entre las galaxias.

—Por favor, Brock —suplicó Ames—, absorbe mis pensamientos. No los evites. Estuve pensando en manipular la Materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de Materia. ¿Por qué molestarse con Energía? Es cierto que nada hay de nuevo en la Energía. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿No nos enseña esto que debemos experimentar con la Materia?

—¡Materia!

Ames interpretó las vibraciones energéticas de Brock como un claro gesto de disgusto.

—¿Por qué no? —dijo—. Nosotros mismos fuimos Materia en otros tiempos… ¡Oh, quizás un trillón de años atrás! ¿Por qué no construir objetos en un medio material? O con formas abstractas, o... escucha, Brock... ¿Por qué no construir una imitación nuestra con Materia, una Materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?

—No recuerdo cómo fuimos —dijo Brock—. Nadie lo recuerda.

—Yo lo recuerdo —dijo Ames con seguridad—. No he pensado sino en eso y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame que te lo muestre. Dime si tengo razón. Dímelo.

—No. Es ridículo. Es... repugnante.

—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos desde los inicios cuando irradiamos juntos nuestra energía vital, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!

—De acuerdo, pero hazlo rápido.

Ames no sentía aquel temblor a lo largo de sus líneas de fuerza desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora para Brock y funcionaba, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que, durante tanto tiempo, esperaban algo novedoso.

La Materia era muy escasa entre las galaxias, pero Ames la reunió, la juntó en un radio de varios años-luz, escogiendo los átomos, dotándola de consistencia arcillosa y conformándola en sentido ovoide.

—¿No lo recuerdas, Brock? —preguntó suavemente—. ¿No era algo parecido?

El vórtice de Brock tembló al entrar en fase.

—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.

—Existía una cúspide y ellos la llamaban cabeza. Lo recuerdo tan claramente como te lo digo ahora. —Efectuó una pausa y luego continuó—. Mira, ¿recuerdas algo así?

Sobre la parte superior del ovoide apareció la «cabeza».

—¿Qué es eso? —preguntó Brock.

—Es la palabra que designa la cabeza. Los símbolos que representan el sonido de la palabra. Dime que lo recuerdas, Brock.

—Había algo más —dijo Brock con dudas—. Había algo en medio.

Una forma abultada surgió.

—¡Sí! —exclamó Ames—. ¡Es la nariz! —Y la palabra «nariz» apareció en su lugar—. Y también había ojos a cada lado: «Ojo izquierdo..., Ojo derecho».

Ames contempló lo que había conformado, sus líneas de fuerza palpitaban lentamente. ¿Estaba seguro que era algo así?

—La boca y la barbilla —dijo luego— y la nuez de Adán y las clavículas. Recuerdo bien todas las palabras. —Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.

—No pensaba en estas cosas desde hace cientos de millones de años —dijo Brock—. ¿Por qué me haces recordarlas? ¿Por qué?

Ames permaneció sumido en sus pensamientos.

—Algo más. Órganos para oír. Algo para escuchar las ondas acústicas. ¡Oídos! ¿Dónde estaban? ¡No puedo recordar dónde estaban!

—¡Olvídalo! —gritó Brock—. ¡Olvídate de los oídos y de todo lo demás! ¡No recuerdes!

—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.

—Porque el exterior no era tan rugoso y frío como eso, sino cálido y suave. Los ojos miraban con ternura y estaban vivos y los labios de la boca temblaban y eran suaves sobre los míos.

Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se agitaban, palpitaban y se agitaban.

—¡Lo lamento! —dijo Ames—. ¡Lo lamento!

—Me has recordado que en otro tiempo fui mujer y supe amar, que esos ojos hacían algo más que ver y que no había nadie que lo hiciera por mí... y ahora no tengo ojos para hacerlo.

Con violencia, ella añadió una porción de materia a la rugosa y áspera cabeza y dijo:

—Ahora, deja que ellos lo hagan —y desapareció.

Y Ames vio y recordó que en otro tiempo él fue un hombre. La fuerza de su vórtice partió la cabeza en dos y partió a través de las galaxias siguiendo las huellas energéticas de Brock, de vuelta al infinito destino de la vida.

Y los ojos de la destrozada cabeza de Materia aún centelleaban con lo que Brock colocó allí en representación de las lágrimas. La cabeza de Materia hizo lo que los seres energéticos ya no podían hacer y lloró por toda la humanidad y por la frágil belleza de los cuerpos que abandonaron un billón de años atrás.

lunes, 3 de septiembre de 2007

HARRY HARRISON - Un poco de su carrera -

El autor Harry Harrison, nacido el 12 de Marzo de 1925 bajo el nombre Henry Maxwell Dempsey, es otro gran expositor del género al cual se le dedica este espacio, la ciencia ficción, cuenta con numerosas obras, entre una de las más famosas se encuentra "Hagan Sitio! Hagan Sitio!" o "Make Room! Make Room!" en inglés; novela de la cual se sacó la idea para la película "Soylent Green", aunque en ésta se cambio mucho de la trama y los diálogos; y la serie "Rata de Acero Inoxidable" o "Stainless Steel Rat" en inglés.

Harrison presenta un estilo de ciencia ficción mezclado con bastante humor satírico, como por ejemplo Bill, Héroe intergálactico, el cual es una sátira de Las Tropas del Espacio de Heinlein (libro reseñado en el blog) donde también aprovecha de meterse un poco con Asimov. Harrison no sólo satiriza a Heinlein sino a otros escritores como es el caso de Isaac Asimov (aunque tambien se mencionó antes) con su serie La Rata de Acero Inoxidable, todo esto hace de Harry Harrison un Autor Interesante y digno de ser nombrado en Mundo Trántor.

Pronto será publicado algo más de su obra y su carrera, estén al corriente.

EL ROBOT QUE QUERIA APRENDER - Harry Harrison -

Lo malo del Archivador 13-B445-K era que deseaba aprender cosas que no le incumbían en absoluto. Cosas hacia las cuales ningún robot debe encaminar su atención... y mucha menos su capacidad investigadora. Pero el Archivador era un tipo de robot muy extraño.

Lo que le ocurrió con la rubia de la sala 22 debió haberlo considerado como una advertencia. Acababa de salir del almacén con un montón de libros, y al entrar en la sala 22 la vio empinada sobre la punta de los pies para alcanzar un volumen de la estantería.

Pasó junto a ella, y unos metros más allá se detuvo. Se quedó mirándola fijamente, con un extraño brillo en sus ojos metálicos.

La muchacha era muy bonita pero, aun en este caso, no era lógico que llamase la atención de un robot... sin embargo; all Archivador se la llamó. Se quedó allí, mirando, hasta que la rubia se volvió súbitamente, al notar la intensidad de su mirada.

-Si fueras un ser humano, Buster -le dijo-, te daría una bofetada. Pero, como no eres más que un robot, me gustaría saber por qué diablos me estás mirando con tanto interés.

Sin vacilar ni una milésima de segundo, el Archivador respondió: Se le está cayendo la media.

Y a continuación dio media vuelta y se marchó.

La rubia sacudió la cabeza, se subió la media, y anotó mentalmente un tanto en favor de la electrónica.

Hubiera quedado muy sorprendida de haber sabido que el Archivador la había estado mirando a ella. Desde luego, no le había mentido al contestar -puesto que era incapaz de mentir-, pero había expresado la verdad parcialmente. El Archivador estaba enfrentándose con un problema con el cual no se había enfrentado hasta entonces ningún robot.

El amor estaba adquiriendo un apasionante interés ante él.

Es inútil decir que ese interés era puramente académico, pero no dejaba de ser interés. Y lo que había empezado a despertarlo era la naturaleza de su trabajo.

Un Archivador es un robot muy inteligente, y no se fabrican muchos de esa clase. Sólo se encuentran en bibliotecas importantes, encargados de manejar las colecciones más extensas y complicadas. Llamarles simples bibliotecarios sería menospreciarlos y tildar de sencillo a su trabajo. Desde luego, para colocar libros en las estanterías o rellenar fichas se necesita muy poca inteligencia, pero esas tareas eran desempeñadas por unos robots que podríamos llamar rudimentarios. El catalogar los conocimientos humanos ha sido siempre muy complicado. Y los robots Archivadores habían heredado esa tarea. Sus metálicos hombros la soportaban mucho mejor de lo que la habían soportado nunca los redondeados hombros de los bibliotecarios humanos.

Además de una memoria perfecta, el Archivador poseía otros atributos que normalmente corresponden al cerebro humano. Conexiones abstractas, por ejemplo. Si era preguntado acerca de unos libros sobre un determinado tema, podía pensar en libros que trataban de otros temas pero que estaban relacionados directa o indirectamente con los primeros. Podía recoger una sugerencia, digerirla y ofrecer un resultado inmediato en forma de una montaña de libros.

Esas características suelen estar limitadas al "homo sapiens". Son las que le colocan en el peldaño más alto de la escala animal. Si el Archivador era más humano que los otros robots, los únicos culpables eran sus constructores.

Desde luego, a él no le preocupaba este problema: se limitaba a interesarse en ciertas cosas. Todos los Archivadores tienen esa tendencia al interés, ya que están construidos para eso. Otro Archivador, el 9B-367-O, bibliotecario en la Universidad de Tashkent, habla concentrado su interés en los idiomas, debido a la inmensa cantidad de material de que disponía. Hablaba millares de idiomas y de dialectos, todos aquellos de los cuales existían textos en la biblioteca de la Universidad, y gozaba de una excelente reputación en los círculos lingüísticos. Esto era debido a las características de su biblioteca. El Archivador 13B, el que Se interesó por la rubia, trabajaba en los polvorientos pasillos dé la biblioteca de New Washington. Y además de tener acceso a una impresionante colección de microfilms, lo tenla también a toneladas de libros impresos sobre papel y que databan de algunos siglos.

El Archivador habla concentrado su interés, en las novelas de tiempos pretéritos.

Al principio Se sintió confundido por las referencias a amar y romance así como por los sufrimientos que parecían acompañarles. No pudo encontrar ninguna definición satisfactoria de aquellos vocablos, y estaba intrigado. La intriga le condujo al interés, y finalmente a la obsesión. Desconocedor por completo del mundo, se convirtió en una autoridad en Amor.

El Archivador no tardó en comprender que aquélla era la más delicada de todas las instituciones humanas En consecuencia, mantuvo sus investigaciones en secreto, guardando los resultados en los espaciosos circuitos de su cerebro. También comprendió que todos sus conocimientos procedían de libros escritos en tiempos pretéritos, que probablemente diferían de la realidad presente. En consecuencia, cuando vio a una pareja hablando amorosamente en la sección de zoología1 se ocultó entre las sombras y abrió al máximo su micrófono receptor. El diálogo que escuchó fue bastante soso, comparado con las líricas efusiones que habla encontrado en los libros. Esta comparación resultó interesante y aleccionadora.

A partir de entonces se dedicó a escuchar las conversaciones entre hombre y mujer siempre que tenia ocasión para ello. Trató también de mirar a las mujeres desde el punto de vista de los hombres, y viceversa. Esto era lo que le habla conducido a la contemplación de la rubia en la sala 22.

Y fue también lo que le condujo a su definitiva locura.

Unas semanas después, un investigador solicitó su ayuda y le entregó un montón de notas. Entre las notas había una cartulina que no tenía nada que ver con los libros que el hombre deseaba, y el Archivador se la devolvió a su dueño, el cual se la guardó en el bolsillo distraídamente. En cuanto el hombre tuvo sus libros y se hubo marchado, el Archivador se sentó y volvió a leer la cartulina. Sólo la habla contemplado por espacio de un segundo, pero no necesitaba más: la imagen de la cartulina habla quedado impresa para siempre en su cerebro. El Archivador, pues, leyó la cartulina y una idea empezó a tomar forma en sus circuitos.

La cartulina era una invitación a un baile de máscaras. El Archivador conocía perfectamente en qué consistía aquella clase de diversión: en docenas de las polvorientas novelas que había leído se describían con pelos y señales. La gente que acudía a ellos se disfrazaba, la mayoría con disfraces románticos.

¿Por qué no podía ir un robot a un baile de máscaras, disfrazado convenientemente?

Una vez metida aquella idea en su cabeza, no hubo modo de sacarla de allí. Era una Idea antirobot, acerca de un acto absolutamente antirobot. Pero el Archivador intuy6 por vez primera la posibilidad de romper la barrera entre si mismo y los misterios del romance amoroso. Esto le hizo sentir más deseos de ir. Y, desde luego, fue.

Como es natural, el Archivador no podía comprarse un disfraz, pero esto no era problema: los almacenes estaban llenos de cortinajes viejos. Un manual de corte y confección le permitió aprender la técnica, y un grabado de un libro le dio la idea para su disfraz. Por lo visto, estaba predestinado a acudir al baile como un caballero a la antigua usanza.

Buscó un trozo de cartulina igual que la que había visto, e hizo un duplicado exacto de la invitación. Su máscara era en parte rostro, y en parte máscara. Los detalles no plantearon ninguna dificultad a su ingenio ni a su técnica. Mucho antes de la fecha fijada, el Archivador estaba completamente preparado. Los últimos días los pasó releyendo los libros que hablaban de bailes de disfraces, y aprendiendo los pasos de baile más modernos.

Estaba tan entusiasmado con su idea, que no se detuvo ni un solo instante a pensar en la absurdidad de lo que iba a hacer. No era más que un científico estudiando una especie animal. El hombre.

Llegó la gran noche y el Archivador salió de la biblioteca a última hora, con lo que parecía un paquete de libros y que desde luego no lo era. Nadie le vio esconderse entre los árboles del jardín de la biblioteca. Si alguien le hubiera visto, quizás le habría relacionado con el elegante caballero que surgió unos instantes después. Unicamente el vacío papel de envolver daba una muda evidencia de su disfraz.

El porte del Archivador en su nueva personalidad correspondía a lo que cabía esperar de un robot superior que se ha estudiado un papel a la perfección. Subió las escaleras que conducían al vestíbulo de tres en tres, y entregó su invitación con una reverencia. Una vez dentro se encaminó directamente al bar y se tragó tres copas de champaña, vertiéndolas a través de un tubo de plástico hasta un recipiente ubicado en su tórax. Sólo entonces dejó que sus ojos vagaran sobre las bellezas reunidas en el salón.

De todas las mujeres que allí estaban, solamente una prendió su atención. El Archivador pudo comprobar inmediatamente que era la más bella del + baile y la única que merecía ser conquistada. Y el Archivador se dispuso a emprender la conquista, en memoria de los 50.000 héroes de aquellos antiguos libros.

Carol Ann van Damm estaba asediada, como de costumbre. Llevaba el rostro cubierto con una máscara, pero ningún disfraz podía ocultar del todo su belleza. Todos sus habituales pretendientes estaban allí, solicitando un baile, ávidos por conquistar a la muchacha y el dinero de su padre. Lo de siempre... Carol Ann van Damm se aburría y apenas podía disimular sus bostezos.

Hasta que el grupo de pretendientes fue hendido cortés pero irrevocablemente por los anchos hombros del desconocido. Era un león entre lobos.

-Este es nuestro baile -dijo seguro de sí mismo.

Casi automáticamente, Carol cogió la mano que se tendía hacia ella, incapaz de contradecir a aquel hombre. Al cabo de un instante estaban valsando admirablemente. Los músculos del desconocido eran duros como el acero, pero bailaba con la ligereza y la gracia de un profesional.

-¿Quién es usted? -susurró la muchacha.

-Su príncipe, que ha venido a raptarla -murmuró el Archivador en la rosada orejita.

-Habla usted como en los cuentos de hadas -rió Carol.

-Esto es un cuento de hadas, y usted es la heroína.

Las palabras del desconocido penetraban hasta lo más íntimo de su ser. Los labios del Archivador musitaban las palabras que ella había deseado oír toda su vida.

De repente, una llamada de la orquesta sobresaltó a la muchacha.

-Las doce -susurró-. La hora de quitarse el antifaz.

-Su antifaz cayó al suelo, pero el Archivador no hizo el menor movimiento-. Vamos, vamos -añadió Carol-, qultatelo.

Era una orden y, como robot que era, tuvo que obedecer. Haciendo una reverencia, dejó su rostro al descubierto.

Carol Ann lanzó un grito y luego estalló:

-¿Qué clase de burla es ésta, pedazo de hojalata? ¡Contesta!

-Sólo amor, querida. El amor que me ha traído aquí esta noche y me ha arrastrado a tus brazos.

La respuesta era bastante cierta, aunque el Archivador la expresó de acuerdo con lo que exigía su disfraz.

Carol Ann perdió los estribos.

-¿Quién te ha enviado aquí? ¡Contesta! ¿Qué significa ese disfraz? ¡Contesta! ¡CONTESTA! ¡CONTESTA!

El Archivador trató de clasificar las preguntas y contestarías una a una, pero la muchacha no le dio tiempo para hablar.

-¡Es la broma más indecente de todos los tiempos! ¡Enviarte aquí disfrazado de hombre! ¡A un robot! ¡A una máquina con dos patas! ¡Hacerme creer que eras un hombre, cuando no eres más que un robot!

Súbitamente, el Archivador se puso en pie, y sus palabras surgieron roncas a través de su altavoz:

-Soy un robot...

En su acento había ahora una nota de mecánica desesperación. Las ideas perseguían a las ideas a través de los retorcidos circuitos electrónicos de su cerebro: Soy un robot.. un robot... debo de haber olvidado que soy un robot... ¿qué puede estar haciendo aquí un robot?... un robot no puede amar a una mujer... una mujer no puede amar a un robot... sin embargo ella ha dicho que me amaba... pero yo soy un robot... un robot...

Con un mecánico estremecimiento dio media vuelta y empezó a alejarse de la muchacha. A cada paso que daba, sus dedos de acero desgarraban las ropas de su disfraz y la carne de plástico. Su camino quedó sembrado de jirones de tela. Atravesó el jardín y salió a la calle, mientras las ideas giraban en círculos cada vez más amplios en el interior de su cabeza.

Su cerebro había perdido el control, y su cuerpo no tardó en perderlo también. Sus piernas anduvieron más rápidamente, sus motores vibraron con más intensidad y la bomba central de lubricación, instalada en su tórax, se agitó desacompasadamente.

Luego, lanzando un chirrido mecánico, el Archivador levantó los dos brazos y se precipitó hacia adelante. Su cabeza chocó contra el ángulo de una escalera y el canto de granito se hundió en el metal. Los complicados circuitos que formaban su cerebro quedaron descargados instantáneamente.

El Robot Archivador 13-B44~K estaba completamente muerto.

Esto fue lo que leyó en el informe el mecánico al cual fue enviado al día siguiente. No decía completamente muerto, desde luego, pero si completamente estropeado. Sin embargo, al examinar el cadáver metálico, ocurrió una cosa muy curiosa.

Un segundo mecánico le ayudaba en el examen. El fue quien abrió el tórax y desenroscó la estropeada bomba de lubricación.

-Aquí está la avería -anunció-. Defecto de funcionamiento de la bomba. Se rompió el pistón, la bomba dejó de funcionar, las articulaciones se descentraron por falta de aceite... y el robot cayó y se partió la cabeza.

El primer mecánico se limpió la grasa de las manos y examinó la bomba estropeada. Luego miró a través del agujero abierto en el pecho del robot.

-Casi podría decirse que ha muerto con el corazón destrozado...

Los dos hombres se echaron a reír, mientras la bomba iba a reunirse con el montón de chatarra en que se hablan ido convirtiendo los miembros del Robot Archivador 13B-44-K